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VISITA AL CASTILLO

Visita de 1 hora de duración en la que explicamos la historia de Ablitas, la evolución del castillo a lo largo del tiempo y visitamos las diferentes estancias y zonas visitables.

El Castillo de Ablitas está catalogado como B.I.C. (Bien de Interés Cultural), graduación de máxima importancia patrimonial. Supuso uno de los baluartes más destacados del Reyno de Navarra frente a los lindantes de Aragón y Castilla. A lo largo del tiempo ha conocido diferentes propietarios y usos. Está ubicado sobre un promontorio sobre la villa, destacando su torreón principal de planta circular entorno al cual se articulan una serie de dependencias rupestres. Del conjunto monumental conservado, el torreón es el elemento más característico. Se ha restaurado en el año 2020. Los vestigios conservados suponen uno de los mayores alicientes y potenciales atractivos turísticos de la localidad.

Columna de la torre del castillo
Visita al Castillo: Service

EL CASTILLO

(pincha sobre las imágenes para verlas a tamaño completo. Dibujos de Amaia Prat. Recreaciones basadas en dichos planos)

La noticia histórica que se transcribe a continuación está tomada del "Informe histórico sobre el castillo real de Ablitas".

La primera referencia documental que se conoce de este núcleo poblacional, lugar donde se emplaza el castillo de Ablitas, se remonta a principios del siglo XII pocos años después de la conquista de Tudela en 1119. Las fuentes escritas informan que en 1121 el monarca Alfonso el Batallador adscribió la localidad de Ablitas al “fuero y jurisdicción” de Tudela, y aunque “puso su mezquita bajo la dependencia de Santa María de Tudela”, siguió habiendo una importante comunidad musulmana y una pequeña aljama judía


La tenencia de Ablitas.
La noticia más antigua sobre el castillo de Ablitas se puede remontar a 1137, fecha en la que el rey de Pamplona, García Ramírez “el Restaurador”, después de repeler las incursiones aragonesas en esta nueva zona fronteriza, le da en posesión la villa y castillo de Ablitas a uno de sus barones, el noble aragonés Gonzalo de Azagra. A su muerte en 1158, su viuda, María de Morieta, devuelve el castillo al rey Sancho VI el Sabio.
En esta plaza, antes de su reconquista, existía ya una construcción militar para la vigilancia de estas tierras fronterizas, posiblemente en el mismo lugar donde hoy se encuentran los restos de la fortificación de Ablitas, que se asienta en un pequeño espolón del cerro, defendido por la topografía y que domina el entorno.
A Gonzalo de Azagra, uno de los colaboradores íntimos del monarca pamplonés García Ramírez, además de la posesión de Ablitas, el rey le encomendó de manera temporal, las tenencias de Monteagudo, Funes y Tudela, esta última compartida con su hermano Rodrigo. Es frecuente encontrar su nombre en las suscripciones de documentos reales.
A finales del siglo XII, Sancho VI firma un tratado de no agresión con el monarca aragonés Alfonso II, en contra de Castilla, en el que se contemplaba la permuta de cinco castillos aragoneses por cinco de Navarra, con tenentes incluidos. Uno de esos castillos era el de Ablitas, que en 1190 estaba encomendado a Fernando Ruiz de Azagra, al frente también como tenente de la fortaleza de Monteagudo.

El castillo real de Ablitas.
Ya en el siglo XIII, las fuentes documentales ofrecen noticias diversas sobre el castillo real de Ablitas, desde los alcaides que estuvieron a su cargo y las reparaciones y mejoras efectuadas en sus dependencias, hasta algunos aprovisionamientos recibidos. Como se ha indicado con anterioridad, la fortaleza de Ablitas, al igual que la mayoría de las fortificaciones navarras de la banda fronteriza, a partir de mediados del siglo XIII tienen casi en exclusividad funciones militares, en este caso de seguridad del reino en su frente sur, y su custodia se encarga a los alcaides, nueva figura que sustituye al tenente, aunque con características muy parecidas, tanto en relación a la movilidad, para evitar que consideraran el lugar como feudo hereditario, como a las funciones dentro del castillo.
El primer alcaide de la fortificación de Ablitas del que se tiene constancia documental es Martín López de Valtierra, que en 1259 recibía por la retenencia del castillo, 50 cahíces de trigo al año. Siete años más tarde, 1266, este mismo caballero, nuevamente en la alcaidía de la fortaleza de Ablitas, percibía anualmente 10 libras y 50 cahices de trigo. En 1264, dos años antes de que vuelva a aparecer como alcaide Martín López de Valtierra, es propuesto por el gobernador de Navarra para ostentar el cargo, el caballero francés Balduino Irugués.
La titularidad del alcaidío en 1276, recaía en el merino de la Ribera, Martín Ruiz de Aibar, tal y como se desprende del documento en el que presta homenaje a la reina doña Juana en la persona del condestable de Francia, Imberto de Belpuch, por los castillos de Miranda de Arga, Cárcar, Andosilla, Ablitas, La Estaca y Peñaflor. En las fuentes escritas hay frecuentes alusiones a retenencias simultáneas como las disfrutadas por este merino. En estos casos, los alcaides con varias fortalezas a su cargo estaban obligados a nombrar sustitutos para los castillos que no podía custodiar en persona. Teniendo en cuenta que el titular de la alcaidía del castillo de Ablitas, Martín Ruiz de Aibar, tenía también a su cargo los otros cinco castillos mencionados con anterioridad y además ostentaba el cargo de merino de la Ribera. Cabe presumir, aunque no hay constancia documental, que al frente del castillo de Ablitas hubo de poner un “tenient” o sustitut, lugarteniente de alcaide, para que lo guardara en su nombre.
Otro de los nobles que tuvo a su cargo la fortaleza de Ablitas fue Ponz de Don Acach, a quien en 1280 se le entregaban como emolumento por la alcaidía 47 sueldos y 9 dineros, más la pecha de trigo, cebada y avena que tributaba Ablitas a la Corona. En ese mismo año hay constancia de las obras que se estaban realizando en la cerca exterior del castillo, derrumbada casi en su totalidad algunos años antes.
La importancia que debía tener esta fortaleza todavía en la última década del siglo XIII, queda corroborada tanto por la cantidad que percibía el alcaide del castillo de Ablitas como por la forma utilizada para el pago de la misma. Así, en 1290, al alcaide Baldovín de Fruges se le pagaba mediante la modalidad de gajes, y cuatro años más tarde, el alcaide de ese momento percibía 200 libras, que junto con las que también recibía el de Estella, eran los salarios más altos pagados a los encargados de las guardas de los castillos. Estos datos permiten suponer que la fortaleza de Ablitas formaría parte de los ocho castillos mayores de Navarra a los que se alude en 1277, aunque en la primera mitad del siglo XIV ya no se encuentre en la nómina de castillos cuyos alcaides cobraban mediante el sistema de gajes. Esta forma de pago, sueldo anual con cargo a los fondos de la tesorería, solía aplicarse a los castillos de mayor importancia. Mientras el mandato del alcaide Baldovín de Fruges, en 1290 se realizan distintas obras en la torre y en una casa próxima al aljibe.
En el periodo correspondiente a los 60 primeros años del siglo XIV, los monarcas navarros nombran hasta ocho alcaides reales para la guarda del castillo de Ablitas, hecho que sin duda hay que relacionar con la ya referida política de conceder las custodias de las fortalezas reales durante un periodo limitado, para evitar que pudieran hacerse fuertes en un lugar. El primero de ellos, Martín Pérez de Rada, aparece como alcaide entre 1303 y 1305, y es sustituido por Miguel García de Olcoz, posiblemente nombrado para el cargo por el rey Luis Hutín a la muerte de su madre la reina Juana I, caballero que tuvo la custodia del castillo en diversos momentos entre los años 1305 y 1319. En 1313 la documentación informa que estaba como alcaide Johan Huliers de Amalacoay y que vuelve a ser nombrado Miguel García de Olcoz.
En estas dos primeras décadas del siglo XIV el alcaide recibía por la retenencia la cantidad de 10 libras y 50 cahíces y hay constancia de obras realizadas en el castillo en los años 1304, 1309 y 1315. Al ser castillo real y el alcaide un mero funcionario, las reparaciones y mejoras del castillo corrían a cargo del tesoro real, ya que el edificio en sí pertenecía al monarca.
Durante el reinado de Juana II y Felipe III de Evreux se suceden en el alcaidío del castillo de Ablitas Johan de Lechat (1328, 1331), Juan Martínez de Necuesa (1332, 1335) y Esteban Cormeillas (1341, 1348), realizándose reparaciones en los muros, casas y barbacana de la fortaleza. El sueldo anual que cobraba Johan de Lechat era de 10 libras.
Al igual que otros castillos del reino, el de Ablitas era de manera periódica inspeccionado por representantes de la corona, particularmente en momentos de riesgo por guerras o invasiones. Está documentada la visita que en 1356 realizan el merino de la Ribera, Juan de Robray, y Miguel Pérez de Leoz, caballero y alcalde de la Corte Mayor. Ambos habían sido nombrados comisarios por el infante Don Luis, hermano del rey Carlos II, para comprobar el estado de los castillos de la Ribera, determinar las obras más urgentes y obligar a los alcaides a aprovisionarse de las armas, alimentos y gentes necesarias para la defensa. Quizás el seguimiento de las defensas meridionales del reino de Navarra, concretamente en esta fecha, pueda relacionarse con la inestabilidad política y enfrentamiento entre los reinos de Aragón y Castilla, existentes ya desde la década anterior.
En esta misma fecha, 1356, el baile de Tudela entregaba 20 libras de carlines prietos al alcaide Salomón de Ponlbrohz, en este cargo desde 1348 coincidiendo con el ascenso al trono de Carlos II, para reparaciones en el castillo de Ablitas, conociéndose un gasto total de 100 sueldos y 2 dineros por los trabajos realizados en el foso y almenas. Un año antes, 1355, el alcaide percibía 4 libras y 20 cahíces. En el mandato de Beltrán López de Ribaforada, en 1358, se gastan 28 libras en el aljibe del castillo y en 1359 se examinan y pagan las obras hechas en la fortaleza de Ablitas.

Los Enríquez de Lacarra: señores de Ablitas.
La cesión de las rentas de la villa de Ablitas a Martín Enríquez de Lacarra, alcaide del castillo en 1361, supondrá el entronque de este linaje con el castillo y villa de Ablitas. Esta transmisión hay que enmarcarla dentro del proceso de creación de señoríos o “proceso neofeudal” llevado a cabo durante el reinado de Carlos II, que supuso el desmembramiento del patrimonio de la corona mediante la cesión de villas, castillos, pechas, rentas y otros derechos a bastardos reales, nobles y caballeros. Con anterioridad a este reinado, y durante los siglos en que Europa era prácticamente un mosaico de señoríos jurisdiccionales, en Navarra apenas se conocía el régimen feudal. Con esta cesión, este alférez del reino quedaba obligado a la guarda del castillo o al pago de la retenencia del alcaide con cargo al producto de las rentas percibidas.
En relación con estas obligaciones, consta que en 1362 Ablitas fue defendida de las tropas aragonesas por 10 ballesteros moros a las órdenes del alcaide del castillo de Ablitas, Martín Enríquez de Lacarra. Ese mismo año, siendo alcaide Beltrán López de Ribaforada, hay un gasto de 68 sueldos y dos dineros por las diversas reparaciones que se hacen en los andamios, torres, arqueras, habitación de armas y establos. Es significativo que entre los elementos del castillo objeto de arreglo en ese año de 1362 se mencione la torre del castillo viejo, alusión que permite suponer que en ese momento permanecían en uso estructuras de una primera fortaleza.
Durante el cargo de Martín Enríquez de Lacarra, alférez de Navarra y capitán de la Ribera desde 1366, como alcaide del castillo de Ablitas, se producen algaradas de pillaje de las “compañías blancas” de Bertrand Du Guesclin, mariscal de Francia, en las villas de Ablitas, Murchante, Cascante y Monteagudo. Este suceso acaecido en 1366 hay que enmarcarlo en las luchas entre las distintas facciones que se disputaban el poder en Castilla, y que en cierto modo son un episodio más de la Guerra de los Cien Años, conflicto armado que se inició en 1337 entre Francia e Inglaterra. Carlos II intentó sacar provecho del enfrentamiento entre los reyes de Aragón y Castilla, y posteriormente del enfrentamiento entre el monarca castellano Pedro I y sus hermanastros encabezados por Enrique de Trastámara, aliándose sucesivamente con ambos bandos mediante complejas maniobras diplomáticas que terminaron por enemistarle con todos. Esta política del monarca navarro debió ser la causa de las rapiñas y actos violentos ejecutados por los mercenarios franceses que apoyaban al castellano Enrique de Trastámara, y a cuyos daños todavía se alude en un documento real de 1388. Desconocemos si las obras que se efectúan en 1366 en el castillo de Ablitas, por un importe de 28 sueldos y 5 dineros, tienen que ver con esos acontecimientos.
A la muerte de Martín Enríquez de Lacarra en 1367, el chambelán Rodrigo de Úriz pasó a disfrutar nuevamente de las rentas de la villa de Ablitas, ocupando otra vez el cargo de alcaide del castillo. En 1370 figura nuevamente Beltrán López de Ribaforada, y en 1372 Carlos II concede el alcaidío al escudero Martín Jiménez de Agorreta. Este alcaide, al frente del cargo hasta 1388, recibía por la retenencia del castillo 80 sueldos de carlines prietos y 20 cahices de trigo anuales, en dos pagos anuales, uno para la Candelaria de febrero y otro para la Virgen de agosto.
En 1389 el rey Carlos III cede el alcaidío del castillo de Ablitas y las rentas de la villa a Mosén Martín Enríquez de Lacarra, quedando el señorío de Ablitas vinculado a este caballero, que además es nombrado primer mariscal del reino por el monarca. Años más tarde, en 1405, este mismo monarca confirma la cesión a título vitalicio, para este noble y sus descendientes legítimos, del señorío de Ablitas más los de Almazdra y Bonamaison. Nuevamente en 1439 Juan II confirmará los privilegios otorgados al linaje de los Enríquez de Lacarra, incluyendo en 1450 la jurisdicción baja y mediana en el señorío. Las fuentes escritas informan que en el año 1399 vivía en Ablitas, aunque un año más tarde estaba prestando servicio al monarca en la plaza de Cherburgo (Baja Normandía, Francia).
Además de las rentas de Ablitas con todos sus honores, en 1392 el monarca le dona la villa de Bierlas con todas sus rentas y pechas, en 1409 la laguna de Lor, que confronta con el término de Ablitas y con el de Pedriz, confirmando esta donación el año 1411 a Martín de Lacarra, hijo del mariscal.
A Martín Enríquez de Lacarra le sucede como alcaide Beltrán Enríquez de Lacarra, mariscal del Reino, quien figura en ese cargo desde 1411, y que en el año 1424 gozaba también de las pechas de Pitillas, Santacara y Murillo El Fruto. Dentro del periodo en que Beltrán estuvo en el alcaidío de Ablitas, las fortalezas de Ablitas y Tudela fueron tomadas por Mosén Lopico de Gurrea, señor de Santa Gracia (Aragón), siendo recuperadas en 1421 por el caballero y chambelán Angerot de Mauleón, quien recibió del tesorero del reino 15 escudos de oro del cuño de Francia, equivalentes a 35 libras y 5 sueldos.
En 1434 el rey Juan II le concede a Beltrán Enríquez de Lacarra la jurisdicción baja y mediana del desolado y laguna de Lor, tres años más tarde, 1437, las pechas ordinarias de cinco localidades de Val de Echauri más las de Paternain, Odériz y Artázcoz, y en 1439 es confirmado como señor de Ablitas y Buenamaison. Este miembro de la familia Enríquez de Lacarra funda en 1447 el mayorazgo de Ablitas y en el año 1450 el rey le confirma la jurisdicción baja y mediana de la villa.
Durante las guerras civiles de la segunda mitad del siglo XV en Navarra, este linaje apoyó primeramente a la facción agramontesa, partidaria del rey Juan II de Aragón y Navarra contra los intereses de su hijo Carlos Príncipe de Viana, y después a los reyes de Navarra Juan de Labrit y Catalina de Foix.
El gobierno del señorío de Ablitas lo detentaba en 1474 y 1480 Luis Enríquez de Lacarra, que estaba casado con Juana de Navarra, hija del mariscal Felipe de Navarra. Según algunos autores este noble asistió a la toma de Málaga y Granada. En 1490 y 1499 consta como señor de Ablitas Juan Enríquez de Lacarra, quien en 1494 acude a la coronación de los reyes de Navarra Juan III de Albret y Catalina I, en la catedral de Pamplona.


De fortaleza a palacio.
Aunque en 1512, año de la ocupación castellana, el señor de Ablitas se encontraba en el bando perdedor, ya que habían tomado parte en contra de Fernando de Aragón, algunos autores indican que el castillo se salvó de las destrucciones ordenadas ese mismo año por Fernando el Católico y las posteriores del cardenal Cisneros en 1516 y las del rey Carlos I de España en 1521, mientras que otros afirman que el coronel Villalba mandó demoler el castillo. El señor de Ablitas, al igual que otros nobles, se benefició del perdón concedido por el emperador Carlos I en 1524, por el que se le devolvía todos los títulos, honores y posesiones anteriores al conflicto bélico.
Cuatro años después de la incorporación de Navarra a Castilla, 1516, figura como señora de Ablitas Isabel de Peralta, viuda de Juan Enríquez de Lacarra e hija de Mosén Pierres de Peralta, dama que mandó artillar el castillo de Ablitas y ponerlo en buen estado de defensa y adecentar las distintas piezas, y colocar el escudo de armas sobre la puerta del castillo esperando que las tropas de Juan III de Albret reconquistaran Navarra.
En el año 1520 se informa que el señor de Ablitas vive en el castillo, sin duda en alusión al nuevo cabeza de linaje, Antonio Enríquez de Lacarra-Navarra, hijo de Juan Enríquez de Lacarra y de Isabel de Peralta, primer miembro de este linaje que asume en 1521 el apellido Navarra que procedía de su abuela paterna. Este caballero de las Ordenes de Alcántara y Calatrava, nombrado merino en 1516 y que había sido amnistiado en 1524, jura en 1534, junto a otros ricoshombres del reino, fidelidad al emperador. Consta como señor de Ablitas en 1532 y es llamado a Cortes por el brazo militar entre 1534 y 1540.
Además, en 1525 o 1526, el rey le otorga el privilegio de usar en el escudo de sus armas dos cuartos del de Navarra.
En los últimos años del reinado de Carlos I consta como señor de Ablitas Felipe Enríquez de Lacarra-Navarra, hijo de Antonio de Lacarra, que es nombrado mariscal del reino en 1581 por Felipe II, en sustitución del difunto Juan de Navarra y de Benavides, marqués de Cortes. Además de las rentas y mercedes del cargo se le otorga un sueldo de 1.300 libras carlinas, igual a 200 ducados de oro castellanos. Este noble, en 1565 contrata al arquitecto Guillaume Brinbet, residente en Tarazona, para realizar diversas obras en el castillo de Ablitas y convertirlo en Casa-Palacio. Entre otras se mencionan arreglos alrededor de la torre y los trabajos para arreglar, rebajar y allanar el patio empedrado. En el documento de contratación mediante escritura pública se informa sobre la existencia en la fortaleza de muralla de piedra y foso.
Siendo señor de Ablitas Felipe Enríquez, en 1567, los jurados de la villa solicitan que al presentar la cárcel situada en la fortaleza unas condiciones muy deficientes, se traslade la misma a la villa. Además de la función defensiva, el castillo también servía de prisión.
A la muerte de Felipe de Lacarra, en 1589, le sucede su hijo Melchor Enríquez de Lacarra-Navarra, que figura como señor de Ablitas en 1592 y 1593, y muere el año 1617 sin herederos. Al no tener descendencia directa hereda el señorío un sobrino suyo llamado Diego Enríquez de Lacarra, que hizo grandes inversiones para arreglar el castillo. Constan la construcción de habitaciones y almenas, trabajos que el tutor de Diego, Pedro de Álava y Ezquíbel, encarga a Diego Hurtado. También en 1620, se construye una bodega y se repara el tejado.

Los condes de Ablitas y la decadencia del castillo.
El siguiente miembro de esta estirpe bajomedieval que ocupa el señorío de Ablitas es Gaspar Enríquez de Lacarra y Navarra, que consta como señor de Ablitas desde 1629, a quien Felipe IV le concedió la jurisdicción criminal de la villa, merced que había sido causa de pleitos desde el siglo anterior entre los Enríquez de Lacarra y la villa de Ablitas. En el año 1640 es nombrado maestre de campo de uno de los dos tercios que se levantan en Navarra en la guerra contra Francia y en 1652 es nombrado mariscal de Navarra, cargo que con anterioridad ostentaron algunos de sus antepasados, y el monarca Felipe IV crea y le concede el título de Conde de Ablitas, con derechos de nombramiento de alcalde, dos regidores y la jurisdicción criminal en primera instancia. Este primer Conde de Ablitas, pocos años antes de que el señorío fuera instituido en condado, 1642, contrata los servicios de Juan de Picina y Pascual Rauzón, vecinos de Tarazona, para hacer distintas obras en el castillo palacio. Entre los trabajos figuran el rebaje de la torre, construcción de ocho torrecillas de ladrillo, y en medio de ellas dos almenas, y colocación, para remate de la pilastra que sostiene la bóveda de la torre, una cruz de hierro con su saeta.
Tres años después de las reformas realizadas en el castillo, 1645, Gaspar de Lacarra manda construir su nuevo palacio en la plaza de la villa, donde estaban ubicadas la sala de audiencias y la cárcel, trasladando al parecer la prisión al palacio viejo construido en el castillo. Como símbolo de su autoridad coloca el rollo en la fachada del nuevo palacio y la horca en el castillo. El conde de Ablitas fallece en Pamplona en 1668, siendo enterrado en el convento de San Francisco de Tudela, como sus antecesores.
Ese mismo año, 1668, figura como Conde de Ablitas Pedro Enríquez de Lacarra y Ezpeleta, y en 1670 su sobrino José Manuel Enríquez de Lacarra y Anaya, que tuvo que pleitear con la otra línea para hacerse con el mayorazgo de Ablitas.
En la Guerra de la Sucesión el reino de Navarra se posicionó a favor del candidato Borbón, Felipe de Anjou, futuro Felipe V, y como represalia gran parte de los territorios próximos a la frontera con Aragón sufrieron los ataques de las tropas del Archiduque Carlos de Austria, hijo del emperador Leopoldo. Ablitas y las villas del entorno de Tudela fueron ocupadas por los austriacos y saqueadas. Consta que la villa de Ablitas fue saqueada dos veces en el año 1710 y una en 1711, y el castillo destruido debido a que el alcalde de la villa de Ablitas se había hecho fuerte en él.
El título de Conde de Ablitas lo ostentaba en 1730 Domingo Enríquez de Lacarra y Solís, en 1763 su hermano Francisco Enríquez de Lacarra y Solís y en 1767 Francisca de Sales y Portocarrero.
Las fuentes históricas informan que en 1793 la entonces condesa de Ablitas y Montijo, concertó con dos maestros albañiles obras para acondicionar el castillo para su habitabilidad.
En plena guerra de la Independencia, en 1812, y después de la batalla de Tudela, en 1808, se realiza el último cerramiento de la villa de Ablitas, por orden del comandante militar de Tudela. Es probable que en estas fechas en el cerro del castillo se ejecutaran algunas obras para la defensa de la localidad.
El conde de Ablitas en 1807 es Eugenio Eulalio Portocarrero y Palafox, en 1835 Cipriano Portocarrero y Palafox, conde de Teba y de Montijo, a quien le sucede su hija la Emperatriz Eugenia de Montijo. En la actualidad ostenta el título la familia Elío Gaztelu, marqueses de Vesolla y duques de Elío. Sin embargo, la propiedad del castillo fue comprada por la familia Huguet de Resaire y actualmente es patrimonio municipal. 
Una vez perdidas sus funciones de defensa y residencia, este monumento sirvió sin duda de cantera para distintas edificaciones.


Descripción de la torre del castillo
El castillo está compuesto en la actualidad por varios restos conservados parcialmente. Incluye la que debió ser torre principal, de planta circular, localizada en la parte alta y sur del promontorio, de la que se conserva la cámara abovedada inferior y el muro perimetral, que ha perdido casi todo el revestimiento externo. Bajo la plataforma del promontorio y con acceso desde el lado NNO se ubican una serie de estancias conectadas entre sí y excavadas en la roca, que denominaremos rupestres. Son tres: un patio de planta rectangular situado en el extremo norte a continuación del túnel de acceso; una estancia principal, de planta rectangular y proporción alargada articulada por seis arcos; y una estancia de planta circular conectada al segundo tramo y a occidente de la estancia principal. En los taludes quedan restos de trasdosados y arranques de muros que probablemente formaron parte del recinto amurallado y de construcciones auxiliares del castillo.
Transcribimos el apartado relativo a la torre de la descripción del castillo redactada por Amaia Prat en el “Estudio y análisis constructivo del castillo de Ablitas” redactado para la restauración de la torre:
“La torre del castillo de Ablitas, el elemento defensivo más importante del recinto fortificado, ha llegado hasta nuestros días incompleta, expoliada y en avanzado estado de ruina. Aunque los restos conservados y las fuentes documentales indican que fue una de las torres más grandes y más importantes de la línea defensiva del Reino de Navarra, en la actualidad únicamente se conserva su parte inferior.
A pesar de que la hoja exterior del muro se ha perdido prácticamente en su totalidad, los restos que se conservan han permitido deducir la forma del alambor y trazar el perímetro exterior que la torre de planta circular pudo tener en este nivel, dando un diámetro exterior de 15,37 m. El espacio interior es un espacio de planta circular de 6,84 m de diámetro. A aproximadamente 2,6 m de altura sobre el nivel del pavimento, del cual sólo queda algún resto, hay una sencilla línea de imposta moldurada de cuarto bocel sobre la que arranca la cúpula que cubre el espacio. En el centro de la planta hay un pilar de planta circular de 94 cm de diámetro que asienta sobre dos hiladas de mayor diámetro que hacen de basa y que está rematado por un cimacio.
Sobre la línea de imposta están situados los únicos huecos originales que se conservan. Uno de ellos es un hueco abocinado cuyas dimensiones interiores son 62 cm de ancho y 75 cm de alto y las exteriores, 31 cm de ancho y 45 cm de alto. El otro hueco es una puerta de paso de mayores dimensiones que comunica con los restos de una escalera intramuros. El hueco tiene una anchura libre de 87 cm y una altura de 165 cm. La cuidada labra de las mochetas parece indicar que el hueco se concibió desde el principio para estar cerrado con una carpintería. La escalera, de traza circular para adaptarse a la geometría del muro, tiene una anchura constante de 107 cm incluyendo la grieta de 3 cm que se ha abierto en su cara interior. Se conservan únicamente los 8 peldaños del arranque que, curiosamente, no están dispuestos en perpendicular a los muros. El otro hueco que existe en la torre, por el que se accede en la actualidad al espacio interior, es un gran hueco excavado en la roca arenisca sobre la que asienta la torre. Se ve claramente que se trata de un paso abierto con posterioridad debido al poco cuidado con el que rompieron el muro.”
Hay que añadir la existencia de un pequeño caño de piedra que pudo ser un punto de vertido de agua al interior, lo que avalaría, unido a otros datos, la función de aljibe de este espacio abovedado.
“Aunque la torre ha perdido las plantas superiores, todavía se conservan sobre el trasdós de la cúpula la basa del pilar que sustentaba el forjado de la planta primera y algunos restos de particiones desaparecidas.
Otro de los elementos que todavía se conserva, aunque de forma incompleta, es un caño situado a media altura de la cúpula. La limpieza y la consolidación llevadas a cabo en el año 2012 descubrieron e hicieron visible el orificio de salida actual de este conducto.
Si se analiza la estructura de la torre desde un punto de vista arquitectónico y estructural resulta extraña y contradictoria la combinación de la cúpula y el pilar central. Una cúpula no requiere de un pilar central que la sustente ya que se trata de un elemento estructural autoportante al que incluso podría quitársele la clave -la parte superior- y seguiría siendo estable. La distinta labra que presenta el pilar -con el encintado que lo diferencia del resto- y el hecho de que apoye directamente sobre el nivel del pavimento -del que quedan algunos restos- parecen indicar que su construcción es posterior a la del resto del espacio abovedado.
Teniendo en cuenta que la torre era la torre principal de un castillo situado en un lugar de relevancia estratégica es lógico pensar que se concibiera desde el principio como una torre alta que sirviera de atalaya de vigilancia. El gran espesor de los muros, de aproximadamente 4,25 m, también apunta en esta dirección. Si sus constructores planearon desde el principio construir una torre de varias plantas y decidieron cubrir la baja con una cúpula, lo lógico es pensar que la idea inicial era la construcción de una secuencia de espacios abovedados que transmitieran los empujes a los muros, tal y como vemos en algunos ejemplos de dimensiones similares que todavía se conservan en pie.
En el caso de que no hubiera sido ésta su idea inicial, no resulta razonable pensar que plantearan construir los forjados de las plantas superiores con vigas de madera sin apoyos intermedios, ya que en los puntos más desfavorables la luz de las vigas sería excesiva, de casi 7 m de longitud. La alternativa de colocar en las plantas superiores un pilar central que acortara la luz de las vigas de los forjados de las plantas intermedias implicaría sobrecargar la clave de la cúpula con una importante carga puntual que perjudicaría seriamente su estabilidad estructural. Por ello, en principio, no parece razonable pensar que este fuera el planteamiento inicial de un maestro de obras cualificado.
Teniendo en cuenta lo dicho anteriormente no es disparatado pensar que iniciaran la obra con el proyecto de construir una secuencia de espacios abovedados y que este ambicioso planteamiento se truncara por motivos que desconocemos: problemas económicos y bélicos, deseo de acelerar la ejecución, etc. Al cambiar en las plantas superiores a un sistema estructural de forjados de vigas de madera radiales apoyadas en el muro y en el pilar, se vio la necesidad de colocar un pilar en la planta baja que permitiera transmitir al terreno la carga puntual de los forjados superiores sin dañar la cúpula. Con los datos de los que se dispone hasta el momento no es posible confirmar si el pilar fue colocado simultáneamente a la construcción de los forjados y los pisos superiores o si, por el contrario, fue colocado tiempo después al aparecer patologías estructurales en la cúpula debidas a la carga puntual que soportaba. Que el pilar esté apoyado sobre el pavimento y que sus sillares tengan un encintado que los diferencia del resto parece confirmar la teoría de que fue colocado con posterioridad, incluso en época postmedieval.
La colocación tardía del pilar de la planta baja podría explicar el porqué del mal estado en el que se encontraba la torre en 1351. Aunque se desconozca la fecha de inicio de construcción de la torre, parece probado que no sería razonable remontarse a una época anterior al siglo XIII. Por ello, resulta extraño que en tan pocos años una construcción aparentemente tan sólida presentara las graves patologías a las que se hace referencia en las fuentes documentales. Según la transcripción de Martinena, en 1351 hubo que asegurar la torre, que al parecer amenazaba ruina, colocándole dos grandes trabas de madera, bien sujetas al muro con piezas de hierro y madera por dentro y por fuera. Y además se colocó y sujetó con clavos una rueda de roble “alrededor del pilar mayor que sostiene la cubierta de la dicha torre”, para trabar y asegurar las vigas y cabios de la cubierta, que se habían separado más de un palmo de la vertical, poniéndola en peligro de desplome.”
“La puerta principal de la torre estaría en alto y se accedería a ella por una escalera de madera que pudiera retirarse en caso de asedio.”

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